EL FINAL
Madrid, hospital La Paz, 20 de Noviembre de 1975.
La ciencia, la necesidad de alguna gente por prolongar su vida para conservar lo inconservable y el ensañamiento que acompaña a tal afán, agotan su tiempo. En la televisión el Presidente Arias da la noticia: “españoles, Franco ha muerto…”
Valladolid, plaza Circular, 20 de Noviembre de 1975.
Aquel día amaneció espléndido, con un sol radiante. Benigno pensó que era una buena ocasión para darse un magnífico paseo hasta el cementerio. Se puso sus mejores galas y salió. En el portal de la casa le asaltó Mariano, el portero de la finca, para, solícito él, decirle:
– Buenos días y enhorabuena don Benigno, todos los periódicos hablan de usted esta mañana.
– ¿Qué dicen de mí?- contestó intrigado Benigno
– Hablan de usted como el gran hombre que pudo llegar a ser, ya ve.
– ¡Ah!- respiró aliviado Benigno con cara de tener prisa – y ahora disculpe que lo deje, Mariano, me esperan en el cementerio. Descanse en paz y tenga esta hermosa corona de parte de la comunidad de propietarios, dijo a guisa de despedida Mariano el portero al tiempo que Benigno continuaba su paseo al más allá.
20 de noviembre de 1975 por la tarde
Concretamente a las 17,36, hora atómica universal, en la estrella JF46 de la constelación de Tauro, punto de encuentro y agrupamiento de las almas de difuntos procedentes de todos los rincones de los Universos en su camino a la otra vida, las almas del Caudillo y de Benigno son ubicadas en el mismo módulo intercelestial que los llevará a su Juicio Final…
– ¡Hombre Benigno! ¿usted por aquí?- Dice sorprendido el Caudillo- no esperaba verle. Benigno, no menos sorprendido y pillado por sorpresa y, sobre todo sin experiencia alguna en los asuntos eternos, responde humilde y con la confianza que da el ser colegas en el Más Allá -Ya ves, Franco, aquí estamos…
– El Caudillo, nada acostumbrado al tuteo, pierde la calma, y en plan militar chilla – ¿qué modales son esos? ¡a que te ordeno fusilar!- a lo que Benigno, más bien su alma, que sabe perfectamente dónde se encuentra, le pone en su sitio -no creo, pero por mi puedes intentarlo, asesino de mierda.
En ese instante los ángeles custodios del convoy los separaron…
Así, del modo descrito, acabaron las vidas del Caudillo y Benigno.
ANTES DE LA GUERRA
En Alaejos.
Benigno, 17 de agosto de 1924, era un zagal buen segador y mejor aun tirando los surcos con su arado. Toda su ilusión era entrar a trabajar en los talleres de la Compañía Ferroviaria del Norte, en Valladolid, y tener una bicicleta negra.
En Zaragoza.
En el despacho del director de la Academia General Militar, tres militares de alta graduación charlan en pie junto a una librería de nogal tallado. Uno de ellos, general de brigada, bajito y con una incipiente barriga que se acentúa por la exagerada posición de firmes que adopta para minimizar la diferencia de estatura respecto a sus dos compañeros de armas, es el centro de atención de sus dos acompañantes. Su voz es aflautada y chillona, poco viril y nada castrense. Es Francisco Franco, director del Centro. Están preocupados por el resultado de las próximas elecciones. Temen que ganen las izquierdas -si gana esa chusma tendremos que salir a la calle, Paco.
– Como dice Mola, si ganan les tendremos que eliminar de una vez y para siempre.
– Ya veremos, contesta lacónicamente Franco mirando por la ventana como un grupo de cadetes hace la instrucción.
-Mi general, tienes que tomar una decisión, todo el ejército espera una señal tuya… y Pacón afianza la petición del teniente coronel pidiéndole encarecidamente que ponga su nombre y su prestigio al servicio de la Patria. Franco escucha y calla. Solo al final dice con su voz de marica (al decir de su padre y muchos de sus condiscípulos):
-Las cosas no se hacen sin pensar, y un pronunciamiento ahora es inoportuno, dejen pasar el tiempo, que a cada cosa coloca en su lugar.
Las elecciones se celebraron y la noticia entró por la ventana mágica del aparato de radio. La voz de un locutor narró el suceso: “aquel día, radiante y luminoso, el Rey se levantó con el pie izquierdo. Apenas se había sentado en el borde de la cama para ponerse sus reales zapatillas cuando cayó en la cuenta de que primero se había calzado el izquierdo. Confundido y temeroso el monarca exclamó ¡mierda! y quedó, por un instante, aturdido ante tamaña imprudencia.
– ¡Reina!- gritó a modo de socorro en un desesperado esfuerzo por hallar solución al problema.
– ¿Qué pasa, es que en este Palacio no se puede dormir? ¿Sabes qué hora es?- protestó la Reina con toda la educación y delicadeza que solo las reinas pueden tener.
– Mi señora, me he levantado con el pie izquierdo- dijo Don Alfonso XIII a guisa de disculpa.
– ¿Y qué?- volvió a responder la Reina haciendo acopio de todas las enseñanzas recibidas en sus largos años de aprendizaje de la profesión, incluidas las oposiciones a reina aprobadas justo el día de su boda con el monarca.
– ¿Cómo que qué? con el pie izquierdo mi majestad no empieza un día, así que me vuelvo a la cama…
– Tú verás lo que haces querido, pero hoy tienes audiencia real- Haciendo de tripas corazón, la Reina acababa de rebajarse al nivel de las secretarias, con el evidente riesgo de que los anillos se le cayeran.
– Ni hablar, ¡hoy no trabajo!- musitó el Borbón ¡qué anulen mis actividades de hoy! Se pasó el día en la cama durmiendo, leyendo revistas con fotografías de chicas ligeras de ropa y haciendo crucigramas. Y no pasó nada, el mundo no se hundió, la vida en la nación siguió su curso, la gente ni se enteró del suceso, pero eso sí, al día siguiente el monarca tuvo buen cuidado en levantarse con el pie derecho”.
La música cerró la información. Sin embargo para el monarca ya era tarde. De nada valía ya levantarse con el pie derecho. Las elecciones, tal y como se temían los generales de Zaragoza, las habían ganado las izquierdas. La República había llegado. Era el catorce de Abril y las radios todas escupen la noticia-bomba: “El Rey, consciente de su falta de profesionalidad, ha cogido sus bártulos y ha huido…no se le ha olvidado el baúl lleno de millones…“.
En Zaragoza.
Franco, arrellanado en su sillón de cuero tras la enorme mesa de nogal tallado y repleta de papeles, charla con dos coroneles; uno de ellos dice muy serio y circunspecto:
– Mi general, lo que nos temíamos, a lo que Franco, sin dejar de mirar al ventanal responde con calma “yo no temo nada”, el coronel puntualiza:
– Me refiero a las elecciones a lo que el otro coronel, algo más alto y delgado aclara: -es que han ganado las izquierdas, general…
– Si ha sido así, nos vendrá bien, afirma Franco fijando su mirada en una figura que atraviesa a paso ligero el patio de la Academia… -¿y lo del Rey?- inquiere uno de los oficiales mientras el otro exclama: -¡una desvergüenza! “habría que sacar las fuerzas a la calle”
– ¿No piensa usted lo mismo mi general?; Franco se reclina hacia adelante con los codos sobre la mesa y las manos en las sienes y cierra la conversación con un “tranquilos, señores, cada cosa a su tiempo… y ahora sigan con sus tareas”… los dos coroneles salieron del despacho. Franco se arrellanó en su sillón de cuero repujado, entornó los ojos… quedó soñando…
En Alaejos.
En la casa de doña Josefa Hernández mientras tomaban la merienda con pastas varias damas de alta alcurnia, una de ellas sacó el tema: ¿Han oído ustedes?, -sí, mal asunto- dijo otra limpiándose la comisura de los labios del riquísimo chocolate que acababa de sorber… -mal de verdad, que esto no puede ser bueno- dijo otra al tiempo que cogía una pasta…
– ¡Qué desvergüenza! quitar al Rey, y miren ustedes, ¡solo por no trabajar!- añadió otra de las presentes… -¡Jesús, lo que hay que ver!- zanjó el asunto la anfitriona y las damas de alta alcurnia siguieron con su chocolate con pastas mientras digerían, como podían, el triunfo de los ateos y la chusma, como ellas decían.
También en Alaejos, esta vez en el Arrabal, a pleno sol, varios obreros comentan la noticia a su modo: un albañil del pueblo, Bonifacio “trifulcas”, le dice a su compañero de fatigas: -¿Te has enterado?- y éste, un segador que algo había oído, le contesta con una mueca casi imperceptible. Bonifacio insiste con un hilo de esperanza:
– A ver si ahora podemos comer… ¡que han entrado los nuestros, chacho! verás cómo cambian las cosas…
En Madrid, en la sede del Gobierno.
Llegada la República, en el Gobierno se teme que Franco no sea leal al nuevo Régimen y, como primera medida, cierran la Academia Militar de Zaragoza. Queda en expectativa de destino, sin mando. En el domicilio de los Franco, habla su mujer, Carmen:
– Paco, eso no se le hace a uno como tú, el mejor servidor de la Patria.
– Calla Carmina, que el tiempo pondrá a cada cual en su lugar.
– Sí, pero ahora no tienes destino, se han vengado Paco, esto es una venganza, una infamia…
– Ya volverán las aguas a su cauce… Franco parece tranquilo mientras calma a su mujer…
– Sí, volverán ¿pero cuándo? quizás deberías unirte ahora a Mola y los otros…
– ¿A Mola? a este cabrón lo han comprado con ese cargo de los de Asalto, ¡con que poco se conforman algunos! y Franco continuó su recorrido por el espacioso salón como si de un desfile se tratara. La vida del Comandantín entró en una rutina de paseos, cafés y tertulias en Madrid…