Mañana triste de un viernes en el despacho de Norman Trailer

Tal y como estaba previsto en la agenda de Norman, a las once en punto aparecen los siete miembros del Consejo Directivo del Trust. Como tema estrella a tratar está la evolución del mercado, que a ellos compete, y las previsiones para los próximos meses.

La reunión se celebra en la sala de juntas. Una dependencia muy amplia con una gran mesa central con capacidad para veintidós personas. Preside Norman Trailer.

Tras las protocolarias frases de saludo, propias de estas ocasiones, el secretario procede a la lectura del orden del día. El silencio es total. La atención de los asistentes, a quien detenta el uso de la palabra, también.

Llegado al tema central, el tesorero desmenuza, apoyado por los gráficos correspondientes, las finanzas del sector. La caída del ‘consumo’, en palabras del directivo del dinero, es evidente.

—Algo hay que hacer −dice desasosegado uno de los asistentes.

—¿Y qué podemos hacer? −pregunta otro.

—¿Alguna idea? −interpela un tercero.

El tesorero prosigue su intervención relacionando la caída “del consumo” con el descenso de los beneficios.

—Si esto sigue así no sé qué tendremos que hacer −comenta a su compañero de asiento uno al fondo de la mesa.

—¡Silencio! −exhorta otro al tiempo que propone que los responsables de la asociación aporten sus ideas al respecto. Tras unos minutos en los cuales todas las miradas se cruzan entre sí, el grupo decide tomarse un pequeño descanso.

El descanso consiste, básicamente, en acercarse a la pequeña barra colocada al efecto en la sala de reuniones. Cada uno se convierte en barman improvisado. Todos se hacen dueños de un vaso con el contenido adecuado a las circunstancias; es decir, con bourbon o vermut, alguno con combinaciones de ginebra, siendo el alcohol el denominador común en esos vasos. Eso sí, en casi todos tintinean los cubitos de hielo bailando en las copas.

Norman está en un corrillo de cuatro. Es el centro de atención de sus tres compañeros. Uno de ellos, el más próximo en amistad, Alvin Stroyer, riendo, dice que eso lo resolvería él con una guerra. Los otros dos se suman a la gracia. La cara de Norman muda a grave, su gesto, muy serio, muestra que su cabeza hierve. La gracia de Alvin ya no parece serlo tanto.

Los vasos se vacían, los corrillos se van deshaciendo a medida que sus componentes se dirigen a sus asientos alrededor de la amplia mesa.

Se reanuda la sesión. Norman pide la palabra.

—Amigos, Alvin ha tenido una idea que parecía una salida infantil; pero que, a medida que pienso en ella, más interesante me parece. Me vais a permitir que, hasta que no la maduremos un poco, no digamos nada. Simple seguridad.

Los asistentes tomaron el mensaje de Norman con la prudencia de los hombres curtidos en los negocios oscuros, pero con la confianza de quien sabe que su máximo dirigente es hombre capaz de hacer realidad los proyectos más intrincados por absurdo que parezcan. La intriga acompañó el regreso de aquellos consejeros a sus respectivos destinos.

Alvin no abandonó la sala con el resto. Una señal imperceptible de Norman le instó a quedarse en la sede. Tras quedar a solas, los dos hombres se dirigieron al despacho de N. Trailer. Y éste le dice:

—¿Sabes, Alvin?, creo que tu idea de una guerra no es tan loca como parece y, según voy pensando en ella, más factible me parece. Solo es cuestión de plantearla bien en el sitio adecuado. ¿Te parece que hablemos a fondo de ello?

—Naturalmente −contestó de inmediato Alvin Stroyer− y no creas que me salió como una ocurrencia entre dos tragos, es algo en lo que he pensado unas cuantas veces y que, cuanto más lo pienso, mejor me parece. Pero eso sí, Norman, tendríamos que meditarlo bien, planificarlo sin dejar nada al azar. Y no me digas que no sería lo mejor para nuestros intereses.

—Así lo veo yo, como idea es una maravilla. Lo daremos las vueltas que sean necesarias. Te propongo que, por separado, lo plasmemos en papel y luego lo perfilemos juntos. ¿Ok, Alvin?

Alvin dio su aprobación y ambos se despidieron.

A solas, Norman siguió con la idea de su amigo. En un mes aproximadamente, el Trust celebraría su reunión o fiesta anual, a la que tradicionalmente se invita al Presidente de la Gran Nación y a sus asesores. Procuraría quedarse un minuto a solas con él para pedirle una reunión en la que le explicaría el asunto de la guerra ideada por Alvin Stroyer. Solo falta el cómo hacerlo…